24 de mayo, Homilía del Papa Juan Pablo II
- Melanie Valadez
- hace 5 días
- 2 Min. de lectura
Homilía (20-05-2001)
domingo 20 de mayo de 2001
1. "El Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho" (Jn 14, 26). Esta es la gran promesa que hizo Jesús durante la última Cena. Al acercarse el momento de la cruz, tranquiliza a los Apóstoles, diciéndoles que no se quedarán solos: el Espíritu Santo, el Paráclito, estará con ellos y los sostendrá en la gran misión de llevar el anuncio del Evangelio a todo el mundo.
En la lengua original griega, el término Paráclito indica al que acompaña, para proteger y ayudar a una persona. Jesús vuelve al Padre, pero continúa la obra de enseñanza y animación de sus discípulos mediante el don del Espíritu.
¿En qué consiste la misión del Espíritu Santo prometido? Como acabamos de escuchar en el texto tomado del evangelio de san Juan, es Jesús mismo quien la explica: "Será él quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho" (Jn 14, 26). Jesús ya ha comunicado todo lo que quería decir a los Apóstoles: con él, Verbo encarnado, se ha completado la revelación. El Espíritu hará "recordar", es decir, comprender en plenitud y vivir concretamente las enseñanzas de Jesús. Esto es lo que sucede aún hoy en la Iglesia. Como afirma el concilio ecuménico Vaticano II, bajo la guía y con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, "la Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad divina, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios" (Dei Verbum, 8).
[...]
5. "El ángel (...) me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios trayendo la gloria" (Ap 21, 10). La visión de la Jerusalén celestial, descrita de modo impresionante en el Apocalipsis, nos muestra la meta hacia la que tienden la Iglesia y la humanidad entera. Es la meta de la comunión plena y definitiva de los hombres con Dios. Teniéndola a la vista, los creyentes se comprometen a vivir el Evangelio y contribuyen al mismo tiempo a la construcción de una ciudad terrena según el corazón de Dios.
María, a la que durante este mes de mayo veneramos e imploramos con devoción especial como nuestra Madre celestial, proteja siempre vuestra comunidad y toda la diócesis de Roma. Ella, la primera que acogió en su seno virginal al Verbo divino, nos ayude a asemejarnos cada vez más a su divino Hijo, dispuestos a anunciar fielmente la palabra del Evangelio y a testimoniarlo con la coherencia de nuestra vida. Amén.
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